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No hay suficientes kilómetros ni diferencias insalvables para que los demócratas convivamos y nos defendamos. Y lo seguiremos haciendo pese a Putin y todos los autócratas que existen en la escena internacional.

En política existe un tipo de persona que siempre ansía el pasado. Da igual si el pasado fue tenebroso, insostenible y fuera de la legalidad internacional. El pasado es algo conocido y ante la incertidumbre de los momentos complejos que vivimos, ese tipo de políticos, venden el pasado como el refugio emocional que permite a algunos ciudadanos con miedo al futuro narcotizar sus emociones y no pensar en exceso. La vuelta al pasado como excusa para no conquistar el futuro. En España sabemos mucho de este tipo de políticos, tanto por el lado de la izquierda como el de la extrema derecha.

El tema de Putin no es distinto. Como los anteriores, Putin añora los tiempos pasados del imperio soviético. No quiere una Rusia moderna que sea capaz de convivir en una Comunidad Internacional compleja defendiendo sus intereses, pero salvaguardando un marco global de paz y seguridad. Rusia podría ser un país central en un orden mundial basado en normas, pero Putin quiere venganza multilateral porque considera que desde los años 80 y la llegada de Gorbachov, el orgullo de su nación, la soviética no la rusa, fue transgredido y debe ser restaurado.

Hace unas semanas todo el planeta conoció a Navalny. Desgraciadamente fue su muerte la que impulsó como nunca su causa: el sueño de una Rusia moderna, garante de las libertades públicas, defensora de la democracia y capaz de coexistir y liderar la convivencia en el tablero global con China, EEUU, Europa y todos los movimientos delicados de Oriente Medio y África. Navalny defendió una Rusia democrática en un multilateralismo responsable y sensato.

Pero su sueño de ruso moderno chocó frontalmente con la desesperación criminal de un soviético perturbado. La distancia que separan Madrid y Moscú se salva por la conexión y cercanía que existe entre demócratas y defensores de DDHH. No hay suficientes kilómetros ni diferencias insalvables para que los demócratas convivamos y nos defendamos. Y lo seguiremos haciendo pese a Putin y todos los autócratas que existen en la escena internacional.

Desde la humildad de mis posiciones políticas y mi activismo partidista, me sumo a la lucha de Navalny. Creo en la Rusia que refleja esta foto con su hijo, una política de normalidad y valores. Creo profundamente en una Rusia capaz de acabar el proceso democrático que se inició con la Perestroika. Estoy seguro que tarde o temprano, las ideas de Navalny ganarán.

Nota a pie de página para lectores españoles: cuidado con los que están vendiendo que el pasado de España fue mejor. Taparos los oídos ante cantos de sirenas trasnochadas que solo quieren vuestros votos para que ellos tengan poder. El futuro es apasionante y debemos construirlo. No será fácil, pero volver al pasado sería el peor de los caminos para los españoles. Soñemos con una España mejor para una Europa más fuerte.